Frivolizar sobre la muerte
Por Pedro Álamo
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Asumir la finitud (muerte) conlleva vivir la vida de una manera diferente.
– Martin Heidegger
Hace unos días, mientras iba hacia una reunión de trabajo en Barcelona, escuchaba un programa de radio en la Cadena Ser presentado por Àngels Barceló, una periodista extraordinaria y magnífica comunicadora. Me llamó la atención porque hablaban sobre qué hacer en un entierro, cuando la muerte ha hecho acto de presencia y, junto a dos tertulianos, concluían que tenía que ser una celebración, que detestaban los entierros llenos de tristeza y seriedad…
Me quedé pensando en esto y me venía a la mente qué sentiría aquel marido enamorado que acaba de perder a su esposa; o aquellos padres que, por una casualidad inverosímil, han perdido a un hijo en un accidente de tráfico; o aquella madre a la que le comunican que su hijo ha fallecido en una guerra sin sentido…
Yo me preguntaba: ¿Cómo puede ser una celebración festiva un acontecimiento tan dramático y trágico como es la pérdida de un ser querido? Porque no es lo mismo perder un padre que ya tiene 95 años que a un hijo que tiene 15 y no es lo mismo perder un familiar que ha luchado varios años contra una enfermedad grave que descubrir que se ha quitado la vida ahorcándose… No me invento nada, ocurre a diario. Así que me produjo cierta desazón que en el programa de radio se hablara de la muerte con tanta frivolidad y ligereza, en clave casi humorística.
La gente no suele hablar sobre la muerte, no es tema habitual en nuestras conversaciones. Preferimos evitarlo. No es un asunto agradable para tratar entre amigos o en un encuentro familiar… Es tabú, mejor ignorarlo, pasar de puntillas o de perfil ante su proximidad. Pero ¿por qué no hablar de la muerte si la vemos a diario y forma parte de nuestra existencia?
Los filósofos reflexionaron sobre la muerte. Ya Platón y Sócrates veían la muerte como liberación del alma porque pensaban que estaba presa en el cuerpo. Presuponían que había vida más allá y, por lo tanto, no es una desgracia sino un cambio o mudanza del alma de un lugar hacia otro (Platón: “Fedón. o de la inmortalidad del alma”).
La muerte tiene que ver con el fin de la vida, es su opuesto; acontece cuando se pierden las funciones cerebrales, ya no hay retorno, es el fin. Lo cierto es que, a pesar del sufrimiento y la enfermedad, la mayoría se aferra a la vida y decimos que “mientras hay vida, hay esperanza”, lo que significa que la muerte trunca la ilusión. Y nadie quiere tener desilusiones en la vida, nadie quiere acercarse a la desgracia porque tenemos miedo a lo desconocido, a aquello que no podemos controlar y la muerte se nos presenta con un “ser” enigmático, tenebroso; es la reina de las tinieblas más absolutas.
Pero hay personas que han decidido afrontar la muerte, mirarla de cara. El primer paso para ello es “normalizarla”, porque todos estamos abocados a ese final. Heidegger decía que “asumir la finitud (muerte) conlleva vivir la vida de una manera diferente”. En la medida en que la tenemos presente, preparamos nuestro interior para afrontar ese paso decisivo de otra manera. Se trata de vivir el día de hoy como si fuera el último.
Y no solo se trata de normalizarla, de tenerla presente en nuestro interior. Si vamos un poco más allá y hablamos de ella, reflexionamos sobre la muerte con los amigos, estaremos racionalizando e integrando la “naturalidad” del acontecimiento definitivo al que todos estamos abocados, y eso resta ansiedad (miedo) cuando se acerca el momento.
Todos los libros sagrados hablan de la muerte. Por ejemplo, la Biblia recoge más de 1400 referencias a la muerte. Nada desdeñable. La muerte se ve como algo que forma parte de la existencia y desde esta perspectiva se puede afrontar la muerte como un tránsito; un paso en la existencia que da lugar a una experiencia plena en la que el sufrimiento se acabará, la violencia terminará y la paz y la justicia se instaurarán para siempre. La muerte es, entonces, liberación.
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Por eso, confieso que no tengo miedo a morir; sé lo que me espera. Pero eso no quita que aquí se viva con toda crudeza el dolor de la pérdida, el sinsentido de la violencia instalada en un mundo hostil, el sufrimiento que millones de personas viven a diario, la muerte de inocentes víctimas de la ambición humana. En mi funeral me gustaría que mis amigos y amigas cantaran, que hubiera música, sonrisas llenas de esperanza porque la vida no acaba con la muerte, sino que la trasciende y eso es motivo de alegría; pero una alegría sin aspavientos, sin excentricidades, sin enloquecer, sin frivolidades. Pienso en todo lo contrario: una alegría contenida, discernida, serena, reflexiva, pausada, esperanzada. La muerte nos llegará a todos, pero algunos estaremos preparados para ese momento. Por eso, reivindico el derecho a morir dignamente, desde una reflexión personal e intransferible y, cuando sea visitado por semejante enemigo, en un punto irreversible, no quiero prolongar mi vida de forma artificial y exijo que se me permita morir en paz porque, igual que he vivido con esperanza, deseo morir con esperanza.
La muerte se yergue cual gigante para hacer temblar nuestra existencia. En la Biblia se lee que el último enemigo que será destruido es la muerte, y que más allá de esta existencia, toda lágrima será enjugada. Es la afirmación de una realidad en la que ya no habrá muerte, ni más llanto, ni clamor, ni dolor. Bien merece la pena tener esta esperanza porque permite enfrentar el tránsito a la otra vida de manera diferente.
Por eso, no frivolicemos sobre la muerte. Más bien aprendamos a vivir preparándonos para ese momento y hagámoslo con dignidad.