Las palabras importan

24 agosto, 2023 | Punto de Vista

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Las palabras importan

Por Pedro Álamo

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La violencia física deja huellas palpables, la violencia verbal deja huellas invisibles; en ambos casos, los efectos son devastadores.
– Pedro Álamo.

Hace unos días iba camino de la playa y vi el cartel de un partido de ultraderecha (VOX) que solicitaba el “voto por la libertad” (pronto habría elecciones generales). Y uno se queda estupefacto al leer la palabra “libertad” en un partido xenófobo, machista e intolerante. Las palabras importan, y el término libertad se ha usado de manera sistemática en todas las ideologías habidas y por haber.

Pero que la ultraderecha use ese término, sencillamente, me irrita. Pero no solo abusa la derecha sino también la izquierda, proponiendo conceptos e inventando términos desde la perspectiva de género. Por ejemplo, la frase “todos, todas, todes”, o “hijo, hija, hije” que mencionó la ministra Irene Montero, y que va en contra de una de las “leyes” del idioma, que es economizar. Por eso decimos “tele” para referirnos a la “televisión” o “móvil” para significar “teléfono móvil”, o “buen finde” cuando deseamos un “buen fin de semana” a alguien… Alex Grijelmo, periodista, autor de varios libros, director de proyectos del Grupo Prisa, presidente de la agencia EFE, propone que la actitud del idioma en relación al asunto del género (que da preponderancia al masculino) respondería más al carácter tacaño del “genio” (del idioma) que a su propósito discriminatorio (recomiendo su magnífica obra, El genio del idioma, Madrid: Santillana, 2004, págs. 171-172) y argumenta que si el idioma fuera discriminatorio, lo habría sido en todos los terrenos; pero es abrumadora la cantidad de palabras que terminan en “a”. Cita como ejemplo que hablemos de “genio”, no de “genia”; pero llamamos a nuestro idioma “lengua materna”, por no hablar de profesiones que terminan en “a” como taxista, pediatra, policía, lingüista…, muchos colectivos terminan en “a” como “la banca”, “la concurrencia”, “las personas”… Así que, el idioma parece que no está interesado tanto en discriminar como en ahorrar recursos. Al idioma le importa la cantidad de palabras que usamos y su longitud.
Así las cosas, creo que es necesario seleccionar correctamente los términos que usamos para ser precisos en nuestra comunicación, bien sea en el entorno familiar, laboral, religioso, político o, sencillamente, entre amigos. Y no solo para ser precisos, sino para que nuestro mensaje sea comprensible y fiable.

En cualquier debate político nadie se sonroja cuando se aseguran cosas que son falsas y unos políticos acusan a otros de falsedad, como si a base de repetir una mentira se convirtiera en verdad.

Y no pasa nada, nadie se disculpa, nadie dimite. Esto es grave, porque se usan las palabras para provecho personal, aunque sean mentira, o aunque no sea “toda la verdad y nada más que la verdad”.

La religión ha abusado de ciertas palabras y conceptos con el fin de dominar a otros. La Biblia contiene términos muy duros que han sido puestos en boca de Dios para castigar al malvado o exterminar pueblos, bajo el paraguas de un concepto que a mí me pone un poco nervioso cada vez que lo escucho: la santidad. En nombre de la santidad se han demonizado cuestiones relativas a la sexualidad, pero se mira para otro lado cuando se trata de la injusticia o del atropello al pobre; y en la moralidad del Antiguo Testamento, hay una preocupación extraordinaria hacia el huérfano, la viuda y el extranjero. Pero parece que queremos hacer oídos sordos ante semejante propuesta social porque el extranjero es visto más como una amenaza en nuestras sociedades modernas y capitalistas y lo miramos con cierta incomodidad. Las palabras importan.

Las mujeres han sido marginadas durante demasiados siglos por la religión. Se ha subvertido el relato bíblico que expresa la intención original de varón y mujer iguales y que ambos sean responsables de gobernar la tierra. El poder es demasiado atractivo y, por eso, la mujer ha sido silenciada, abusada, menospreciada, marginada. Las palabras importan.

Y qué decir sobre la amistad. Tenemos muchos amigos porque, simplemente, los hemos registrado en Facebook. Desde mi punto de vista, la amistad es otra cosa. Me gusta observar a la gente cuando está en la calle; veo personas sentadas alrededor de una mesa en una cafetería o un grupo de “amigos” que no están interactuando entre ellos, sino conectados a su teléfono móvil, “whatsapeando” con otros que están lejos, siendo incapaces de centrar la atención en las personas que tienen cerca. Amistad, qué palabra más interesante, y qué poco comprendida. Las palabras importan. Yo tengo dos hijas y creo que hemos logrado crear un clima de confianza para poder hablar de cualquier tema por complicado que sea; me considero amigo de mis hijas, pero por encima de todo, soy su padre y eso establece un vínculo más profundo, más potente, porque los amigos van y vienen, pero el lazo familiar es para toda la vida. Un padre es más que un amigo, es más que un “colega”. Pero es cierto que la idea de “padre” depende de la experiencia que cada uno haya tenido. Imaginemos, un niño que ha recibido abusos físicos por parte de su progenitor, ¿qué representa para ese niño el término “padre”? Las palabras importan y no podemos abstraernos de nuestra experiencia personal.

Hay palabras que hieren, que penetran hasta lo más profundo del corazón y destruyen el alma. A través de las palabras podemos encumbrar a una persona o hundirla en la miseria. El escritor Robert Burton (1577-1640) dijo que “una palabra hiere más profundamente que una espada”. Nuestra esencia como personas ha sido abonada en la niñez y adolescencia; hemos crecido en un caldo de cultivo que ha condicionado nuestra existencia para bien o para mal. Por ejemplo, una palabra de afecto en un niño genera seguridad, mientras que palabras de desprecio provocan ansiedad y baja autoestima. Y eso se adhiere a nuestro ADN, de manera que podemos repetir patrones vividos en nuestra infancia, de forma inconsciente. La violencia física deja huellas palpables, la violencia verbal deja huellas invisibles; en ambos casos, los efectos son devastadores.  Por todo esto y mucho más, las palabras importan.

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Pedro Álamo es Bachiller en Teología y Licenciado en Psicología. Actualmente se desempeña como delegado comercial en una Compañía de servicios tecnológicos para editoriales. Es autor de “La iglesia como comunidad terapéutica” y “Consejería de la persona. Restaurar desde la comunidad cristiana”, publicados por la Editorial Clie.
Imagen 1: Fotografía de Viktoria Sorochinski http://www.viktoria-sorochinski.com/
Imagen 2: andreas-fickl-o1xcUi-Yt_w-unsplash

…Una guía para no ser guiado…

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