La fuerza del abrazo
Por Pedro Álamo
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Millones y millones de años todavía no me darían el tiempo suficiente para describir ese pequeño instante de toda la eternidad cuando me abrazas y yo te abrazo a ti.
– Jacques Prevert
Antiguamente las relaciones estaban caracterizadas por la distancia y la frialdad. Los besos y los abrazos casi brillaban por su ausencia, pocos y cortos. Las muestras de afecto eran un síntoma de debilidad. De esta manera la conectividad entre las personas se basaba en otros parámetros.
Afortunadamente, en el día de hoy las cosas han cambiado mucho de manera que se ha progresado en el establecimiento del vínculo entre los seres humanos. La psicología, la psiquiatría, la medicina, la espiritualidad…, han abonado el terreno para que se produzca el cambio. Bienvenido sea.
El Dr. Stephen W. Porges, una autoridad mundial en neurología y psicofisiología desarrolló la teoría polivagal (Guía de bolsillo de la teoría polivagal. Barcelona: Eleftheria, 2018). Ante una amenaza o situación de peligro, el sistema nervioso reacciona a velocidad de vértigo para ponerse a salvo ya sea a través de la lucha, la huída o el bloqueo. La teoría polivagal propone que la conducta social y las emociones están condicionadas fisiológicamente. Hay una comunicación bidireccional entre los órganos corporales y el cerebro a través del nervio vago y otros nervios implicados en la regulación del sistema nervioso autónomo. El Dr. Porges habla de “la importancia del comportamiento social y del sistema de conexión social en la atenuación de los sistemas defensivos, que nos permite construir vínculos sociales sólidos, al tiempo que contribuye a la salud, el crecimiento y la recuperación”. Por eso, el Dr. Porges propuso el concepto de “imperativo biológico”, que es el estar conectados a otros seres humanos.
Los sistemas defensivos generan estrés y están en la base de trastornos físicos y psicológicos. Mientras que las situaciones que generan seguridad (relaciones sociales fuertes) permiten la relajación y favorecen la salud.
La doctora Kathleen Dowling, especialista en psicología transpersonal enriquecida con numerosas tradiciones espirituales, ha trabajado con pacientes terminales en Florida y decía en una entrevista: “A veces pienso que el recurso humano más subestimado que tenemos es el don de nuestra atención”. Y comentaba a aquellas personas que no saben qué decir a los enfermos terminales: “No se trata tanto de decir o hacer nada… se trata de estar y ofrecer el precioso don de nuestra atención” (Entrevista por Gilles Bédard, abril 2008).
El tacto es importante en las relaciones interpersonales. Tocar a otra persona, piel con piel, coger la mano, acariciar el brazo, dar un beso, abrazar… Son acciones que promueven el bienestar y la salud. La cercanía genera un caldo de cultivo extraordinario para sentirse bien. Ni siquiera hacen falta palabras porque muchas veces no sabemos qué decir y, en ese caso, cuando no tenemos palabras es mejor estarse callado.
El abrazo es señal de compasión, cariño, afecto, amor, amistad, reconciliación, perdón… El abrazo comunica empatía, cercanía, y es un generador de seguridad (indica protección), lo que permite que la otra persona se sienta tranquila, apreciada, cuidada y relajada; es estar a salvo de la amenaza. Si nos fijamos cómo actúan los niños podemos aprender de su espontaneidad. Exploran el terreno, interactúan con otros niños, se alejan, pero cuando detectan una situación estresante (peligro o incomodidad), van corriendo a refugiarse con sus padres, y se abrazan a ellos, vuelven al entorno seguro.
El sueño del héroe, es ser grande en todas partes y pequeño al lado de su padre.
– Víctor Hugo
En una conferencia de la doctora Marian Rojas Estapé, médico, psiquiatra e investigadora, hablaba sobre la oxitocina y decía que es la hormona de la empatía, la hormona de los abrazos. Funciona 8 segundos, baja los niveles de cortisol (la hormona que responde ante el estrés ya sea por una situación real o imaginaria); la oxitocina es la hormona de los vínculos, es la hormona de las “personas vitamina”, decía la doctora Rojas Estapé. Por ello, es necesario recuperar el abrazo para establecer vínculos y liberar esta hormona tan peculiar como necesaria.
Irene García, bióloga e investigadora de la oxitocina, hablaba de esta hormona también como neurotransmisor ya que “está implicada en comportamientos relacionados con la confianza, el altruismo, la generosidad, la formación de vínculos, los comportamientos de cuidado, la empatía o la compasión… Su presencia interviene en la regulación del miedo”. Añade: “Activa los centros de recompensa dopaminérgicos, produciendo placer” (Artículo publicado en ABC, abril 2015, por Gema Lendoiro). A la oxitocina se le ha denominado “la hormona del amor”, el, “pegamento social”, “la hormona de los vínculos”.
Las muestras de afecto son un estímulo para hacer del hogar un lugar de refugio, confortable. Un espacio seguro, donde se desarrollan relaciones basadas en el cariño y el apego promoviendo la confianza. Me pregunto si el estrés que vivimos en nuestros días y la facilidad con la que se dispara la agresividad no estarán relacionados con hogares fríos y distantes, sin muestras de afecto, sin abrazos.
Esto se ve proyectado en la sociedad donde la desconfianza y la hostilidad son signos característicos.
Robert Sapolsky, profesor de neurología de la universidad de Stanford, California, se ha pasado la vida estudiando a los monos en las sabanas africanas y ha concluido que el tacto es un regulador clave porque estimula los opiáceos y el sistema de relajación (citado por Paul Gilbert, La mente compasiva. Barcelona: Eleftheria, 2018, pág. 224). Efectivamente, el tacto regula las hormonas de la felicidad.
Llama la atención la cantidad de textos que hay en la Biblia sobre “tocar”, sobre el beso y el abrazo. En aquel tiempo estaba prohibido que una mujer tocara a un varón, y mucho menos si era una mujer sospechosa de conducta vergonzante.
Pero Jesús de Nazaret se dejó tocar y eso provocaba sanidad. No le importaba la condición social, ni el género, ni la edad…. Le tocaban hombres, mujeres, niños, ancianos, enfermos… La lepra era una enfermedad terrible en aquel tiempo que provocaba el rechazo social y religioso; era una maldición. Y Jesús no tiene reparos en tocar a un leproso para sanarle. En la Biblia el tacto está relacionado con la sanidad, con el perdón, con la aceptación del otr@, con la bendición, con la misericordia, con la cercanía, con la emocionalidad…
Amar a alguien significa verlo como Dios lo quiso.
― Fyodor Dostoyevsky
El abrazo es señal de amor, de respeto. Acariciamos el rostro de un niño para transmitirle cariño. Cuando alguien llora y le acariciamos la espalda o el brazo le estamos diciendo sin palabras “no te preocupes, estamos contigo”. Cuando alguien sufre y le abrazamos, le transmitimos consuelo.
Hace muchos años fui a un entierro de una mujer que había fallecido de forma repentina, inesperada. La hija lloraba sin entender, como suele pasar en estos casos. Yo no tenía palabras para decir, así que, me quedé callado ante el dolor palpable que había allí y solo le di un abrazo a ella y a su marido. Al cabo de los años, me comentó la hija que no recordaba ninguna de las palabras que le dijeron en aquel momento, pero sí recordaba mi abrazo.
En momentos de dolor, el tacto, el abrazo, transmite más que las palabras. A través del tacto, recibimos información de gente que nos quiere, que nos aprecia. Si privamos a un niño pequeño del tacto, de la cercanía de la madre, de las caricias, su vida emocional se verá afectada en gran manera, tendrá alteraciones cognitivas y su sistema inmunológico se verá trastornado. Niños huérfanos de la segunda guerra mundial, criados en albergues pero sin contacto y estimulación afectiva, fallecían antes de los 3 años. ¿Por qué con los adultos ha de ser diferente? Hay médicos que desarrollan su profesión desde la distancia, sin mayor implicación, por miedo a lo que se conoce como “transferencia”. Pero no se dan cuenta de que en momentos de vulnerabilidad, el enfermo puede sanar mejor desde la cercanía, desde la muestra de afecto… La calidez siempre es mejor que la frialdad.
El doctor Ashley Montagú escribió un libro, publicado por Paidós Ibérica en 2004, de 542 páginas, sobre la importancia de tocar, sobre la interacción táctil, en todas las facetas del desarrollo humano, de forma especial en la infancia y en la tercera edad. Da especial atención a la relación de la piel y el tacto con la salud física y mental, al descubrimiento de las funciones inmunológicas de la piel, al uso del tacto en las situaciones psicoterapéuticas.
Son razones más que suficientes para superar viejos tabúes. Abracémonos unos a otros, sin importar el color de la piel, ni el género, ni la edad… Necesitamos sociedades más saludables y está en nuestra mano generar espacios terapéuticos.
Ahí, a nuestro alcance, está la fuerza del abrazo.
…Las ocupaciones, entre otras cosas, nos han llevado a sustituir los abrazos por las muchas palabras. Bastaría recordar “aquella vez” en que nuestro amor viajaba a través de un abrazo…