Despertar soñando

05 junio, 2020 | Punto de Vista

Texto

Despertar soñando

Por Ysi Ortega


Somos hijos de nuestro tiempo y de nuestro entorno.

Reíamos y soñábamos al pensar en nuestra existencia y juventud, escribía un amigo a quien empiezo a conocer. Nos adiestrábamos en las ideas que pensábamos podían cambiar el mundo. Creíamos que nuestra palabra tenía el poder de transformar. Que al incentivar el pensamiento crítico para intentar entender el mundo, nuestro empeño daría paso a una nueva generación de personas que no se conformarían con pasar por esta vida sin “vivir”, sin dejar profundas huellas sobre las que se continuaría construyendo el futuro anhelado. Confiábamos en los líderes que nos gobernaban y en las instituciones por décadas confiables. Podíamos jurar que así comenzaríamos a despejar el camino de nuestro porvenir. Realmente deseábamos que la gente comprendiera nuestro propósito, ese proyecto de vida que nos hacía sentir exclusivos e inmortales. Nuestra juventud nos había empapado de optimismo. Nuestras almas reían y danzaban por el solo hecho de estar vivos, ¡de existir! Soñábamos que en un futuro no muy lejano se escribiría la crónica de nuestra proeza y de que nuestro pensamiento fuera el motor para encender corazones y mentes una vez más. «Sentíamos que era nuestra tal generación»… recuerda.       

Y aquí estamos, otra vez, comprobando cómo la realidad nos despoja de lo imaginado. Fracasamos sin pretextos, escribía mi nuevo amigo, como delatando lo que no deseábamos aceptar, y continuaba diciendo algo así: Lo que parecía, no era. Las estrategias que orquestamos no fueron las adecuadas. La desilusión llegó por partida doble, por los otros y por nosotros mismos. Conocimos cara a cara el lenguaje de la tristeza. Ante el recuerdo de aquellos primeros años, en los que subidos sobre una tarima proclamábamos a voz en cuello nuestros prolijos discursos, para luego tener que encontrarnos en círculos escondidos. Así aprendimos también a llorar para nunca más olvidar de hacerlo. Fuimos testigos en primera fila que no éramos dueños del tiempo, que lo que vemos de nosotros por fuera es finito y que eso nos hace bien mortales en esta vida. Éramos, además, ingenuos y muchos de nosotros, egoístas.  Pero aprendimos que no solo cuenta lo palpable y el alma lo recuerda. 

Hoy, los años nos pasan la cuenta. Confirmamos que las decisiones que uno toma en la vida: o nos pagan o nos cobran.  No todas las cosas eran tan claras ni definitivas. Cantamos nuestros himnos patrios que hablan de libertad y estamos más dependientes que nunca. Pensar y dialogar puede llegar a tener un costo que no podemos pagar, y la conquista más importante aún no la hemos conseguido, la de nuestro interior.  Por otro lado, la razón venía desprestigiándose a pasos agigantados, aunque sepamos desde siempre que no es lo único válido que existe para salvarnos de nuestra decadencia. El pensamiento independiente era «mal visto» y brotaba un desprecio hacia las humanidades en general. En todas partes la contienda era ganada  por el interés propio, por la pasión mal direccionada, por el amor a lo incorrecto, por la vagancia intelectual, por los prejuicios que nos llevan a razonar sin  fundamentación.  Iba ganando la emoción de las multitudes ante lo vano, ante el aturdimiento virtual; gana la desesperación por los últimos adelantos tecnológicos y los viajes a lugares de veraneos intermibables… ¡Cuánta razón tenía mi nuevo amigo al pensar y dejar plasmado en sus escritos cosas como estas!

Pareciera que merecemos lo que hoy nos toca ver. Con todo, hay todavía un cierto aliento. La esperanza es lo último que se pierde, dicen, y quién no anhela cobijarse debajo de ella. Recientemente, en un diálogo con una amiga periodista (Julie Furlong), ella comentaba: “Una buena parte de la población mundial está despertando, llegando a la alta consciencia…y no porque se hubiesen rebelado, es más el peso de la luz que la sombra que, por miles de años, han querido sellar a los humanos”.

Buscar personalmente la verdad en nuestras vidas es importante; pero, persistir en ser mejor cada día y procurar que el otro también lo sea, es superior. El desafío se ha lanzado y es posible que, acordándonos de lo experimentado y aprendido, en alguna esquina, repentinamente, los sueños nos vuelvan a juntar… 

Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: el despertar.
Antonio Machado


*Texto inspirado en el punto de vista y pensamiento de Benjamín Parra Arias sobre nuestra existencia en el mundo…https://benjaminparraarias.wordpress.com/
*Imagen de la entrada: MARGARET COURTNEY
*Imagen 2: Alamy

…Una guía para no ser guiado…

Entradas relacionadas

Las palabras importan

La violencia física deja huellas palpables, la violencia verbal deja huellas invisibles; en ambos casos, los efectos son devastadores.
– Pedro Álamo.

Pin It on Pinterest