El señor de la foto
Por Ariel Fridman
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El poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado, o estalla.
– Enrique Tierno Galván (1918-1986)
El señor de la foto es editor ejecutivo de The New York Times, uno de los pocos diarios influyentes que quedan. Uno de los pocos diarios que quedan. Sesenta años en un cuerpo congelado en sus treinta. Acceso a una dieta variada. A tiempo libre. Atención médica regular y dinero suficiente para comprarse una dentadura fuerte y blanca: el cuerpo es el alma en el éxtasis de la orgía. Postura lobo alfa golpeando en el aldabón de un zinc oscuro, bailas el Hopak de los desamparados. Desde esa posición controla todo. Puede verlo todo y decide la dirección. Ya no hay pañales para el pequeño Dios degradado, encarnándose en la ajada piel de ese hombre. Es blanco. De buena cuna. Excelentes contactos sociales y con mejor formación que la generación anterior. Esta es su primera imagen pública. Nada en ella es natural y es posible aventurar que eso marque el punctum: la verdad en esta imagen consiste en que nada de lo exhibido es real: labios en un mohín a mitad de camino entre la concentración y el deseo. A mitad de camino entre Merisi y Buonarotti. Los industriales alemanes aúllan para que no pongan más sanciones a Rusia, pero eso no se publica en las páginas del Times. Tampoco se publican los lamentos españoles, italianos e ingleses en las colas de los supermercados. La agenda de eso que los estadounidenses llaman “occidente” pasa por otro lado. Parece un San Sebastián de Milán el editor en jefe de The New York Times. Mira a la cámara como si no supiera quién sacó la foto: la arrogancia cayendo en los vacíos de un infinito o, acaso, como rodaría entre dos infinitos en movimiento andante. Manuel Puig y Yukio Mishima y Pier Paolo Pasolini y Roberto Arlt se volverían locos de pasión y de rabia con esta imagen. Tan Yul Brinner. Tan Rita Hayworth. En una de las salas del Hermitage de San Petersburgo se encuentra la tercera copia del hermafrodita durmiente. Es una historia fascinante la de esa estatua de Afrodita con los genitales de Hermes que descansa sobre un colchón esculpido por Bernini para los Borghese. Cientos de poemas se han escrito a esa belleza femenina con potencia viril. La copia rusa mira hacia la pared. Su hermosa cola se ofrece al visitante del museo y el pliegue de la sábana de piedra oculta eso que los nenes tienen y las nenas no. Esa guerra que sucede ahora en el barro de Ucrania es por el gas y no. Por los girasoles de la estepa y no. Por el carbón y el hierro y no. Por los diamantes y el oro y no. Veo oro en el anular izquierdo de su mano; se diría que ese oro y la mano forman un mismo ser independiente de su cuerpo. No debería de extrañarnos este hecho. Suele ocurrir con la boca; con el sexo y la cabeza. El oro me recuerda a ese Dante saliendo del infierno, perplejo en los plácidos campos del Purgatorio: “Dolce color d´oriental zaffiro, che s’accoglieva nel sereno aspetto…”. Mucho de lo que sucede en las raíces de esa guerra puede intentar explicarse con esta foto. El mundo es más grande de lo que creemos. Las formas de mirar el mundo. De explicar el mundo. De gobernar el mundo son más variadas de lo que creemos. No todos los hombres quieren que sus cuerpos de sesenta se congelen en sus treinta. No todos los hombres quieren levantar a la eternidad vasos con batidos de clorofila mientras millones de bocas muestran una sed que siguen esperando. Esperar por la sed que ya se posee. Una noticia acaba de nacer y está gimiendo ahora en el regazo de ese hombre. Sonríe. Aprieta la mano de su padre como si la bendijera con un soplo de fuego. Todos saben que muy cerca de Kiev están crucificando a un inocente. Es tiempo de pavor y de odios. La noticia está naciendo y también será crucificada cuando cumpla treinta y tres. Los discursos de gobernanza que publica el Times hablan de una forma de organización para un mundo que ya no es y ya no será. Videos de Crimea muestran a veraneantes rusos en el Mar Negro. Dedos lubricados con bronceadores sacando fotos a bombardeos que dejan enterradas vivas a personas como ofrenda a la Pacha. En ese norte la muerte todavía tiene sentido del humor. Ningún juicio de valor fue dañado durante la redacción de este texto. Lluvia con sol. El río de una guerra puede llevarse dentro de un termo para el mate y ya van mil.
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