El sujeto espectador o la imposibilidad del sentido
Por Luis Sáez Rueda
Pensar, tener expectativas, habitar, querer, detestar, anhelar…. todo eso implica la capacidad para experimentar situaciones desde adentro.
– Luis Sáez Rueda
Todos hemos tenido esa experiencia, en horas bajas, de no poder «pertenecer» a nada, de estar como condenados a mirar la vida «desde fuera». La psicopatología existencial está plagada de estudios sobre casos de ese tipo. Se trata de pacientes que muestran una incapacidad para «comprender el sentido” de situaciones de manera interna, hundiéndose en ellas. Una paciente de Minkowski dejó una carta antes de suicidarse. Allí decía que no soportaba más, que ella sabía que hay en el diccionario un término que significa «sentido» y que eso es lo que experimenta un ser humano cuando «habita» un mundo concreto, internándose en él, pero que a ella le resultaba imposible entenderlo, que estaba condenada a sustituir esa comprensión práctica (hermenéutica) por razonamientos que tocaban la cosa sólo exteriormente. «Así no se puede vivir».
La mitología actual, muchas veces promovida por cierto transhumanismo, presupone una convicción de carácter cibernético que se extiende. Se extiende en la literatura sobre el tema, en el cine y en el sentido común. Se trata de la idea de que la Inteligencia Artificial podrá crear humanoides que piensan, aman, tienen miedo a la muerte, etc. Eso es completamente falso. Ese supuesto está basado en una mentira expresa o en una reflexión excesivamente parca y superficial. La discusión referida a dicha problemática se detuvo a finales del siglo XX y ya no prosiguió, instalándose esta tontería como exclusiva línea. Es falsa porque una máquina, por compleja que sea, sigue reglas (reglas que usan, transmiten, administran…) información. Y ese comportamiento de seguimiento de reglas sólo puede reproducir comportamientos humanos basados en la observación de «tercera persona», es decir, «desde fuera». Esas máquinas existirán algún día, pero no serán lo que quiere venderse en círculos intelectuales y en la literatura o el cine de ficción. Pensar, tener expectativas, habitar, querer, detestar, anhelar…. todo eso implica la capacidad para experimentar situaciones desde adentro. Esos robots que han capturado la imaginación ni siquiera podrán suicidarse (lo harían si pudieran comprender, al menos, como la paciente de Minkowski, lo que les falta)..
¿Por qué es importante esto? Vean por dónde va la cosa. En filosofía de la mente y en Inteligencia Artificial, se trabaja con el falso supuesto mencionado; cuya base última consiste en suponer que la perspectiva de tercera persona – que es objetivadora, cosificadora, matematizante- expresa el comportamiento humano. En la psicología cognitiva, que se extiende también como el aceite, un supuesto análogo indica que el psiquismo no radica en «procesos internos de comprensión» sino en procesos de adaptación funcional al medio (externos, por tanto). En la filosofía política habitual, como en la política práctica, lo que importa de los problemas es si se ajustan o no a procedimientos formales de decisión, de enjuiciamiento, de penalización o de permisividad, no los problemas considerados desde su trama interna. En educación importan poco los contenidos, cada vez menos, imponiéndose como clave de la calidad o la excelencia el modo en que los contenidos son informados, reglamentados y subsumidos en reglas operativas… Vamos hacia una sociedad basada en la idea de que el acceso al mundo ha de realizarse desde la perspectiva de un «espectador» (tercera persona), nunca la de un ser que «habita» internamente en el mundo. Muchas enfermedades psicológicas actuales son producto de este «paradigma externalista». Por lo tanto, no habitamos o corremos el riesgo de no habitar.
Estamos tendencialmente «frente al» mundo, no «en el» mundo. De este principio muy general, subyacente a una multitud de ámbitos epistemológicos, políticos, sociales, educativos, etc. de nuestras sociedades avanzadas, se deduce ya un hombre-máquina. El hombre-máquina no es el que construiremos, sino el que ya constituimos nosotros mismos si no nos percatamos de esta sutil lógica. Póngase el ejemplo de las relaciones interpersonales. De ese paradigma se desprende que el «otro» no posee un vínculo endógeno con el sujeto, sino uno exógeno: es decir, el otro no es «comprensible en su ser», sino objetivable y manipulable en función de reglas que captan la conducta a distancia, desde fuera.
Pues eso.